LA MOVIDA, en el corazón y la memoria de Paco Martín

Un artículo de Primitivo Fajardo. 

«La palabra solo puede igualarla la música, y si las juntas, entonces aparece la magia». Esta frase para cincelar en mármol pertenece a un libro de extraordinario interés titulado «Ráfagas» (2021), cuyo autor es Francisco Martín Ruiz (Santaella, Córdoba, 1953). Trata sobre los avatares de la música española en las últimas décadas, con especial hincapié en los dorados años 80.

Lo acabo de fagocitar con ansia viva, con delectación y ensimismamiento, como el náufrago rescatado que tras largo y obligado ayuno se echa al bandujo un colosal banquete. El atracón ha sido de grueso calibre y me ha dejado peripatético y monosilábico, con la andorga de los recuerdos deliciosamente retrotraída, circunspecta y obnubilada, con una satisfecha y nostálgica digestión ochentera.

¡Buf, qué pasión! Aún me estoy relamiendo las vibrisas. El autor lo ha escrito mojando la pluma de las emociones en el tintero de su masa cardiaca y la tinta bombeada al texto trasfunde a los lectores el hemoglobínico, acidulado y fascinante ungüento de fierabrás de la música, ese remedio infalible contra la realidad, la soledad o el tedio y el mejor compañero de viaje en los grandes momentos de la vida. Por añadidura, socorrido recurso que libera endorfinas, cimbrea el carenado en las pistas y sirve –esto ya se sabe– para apaciguar a las fieras. Como dijo Andrés Calamaro: «La música es el territorio donde nada nos hace daño».

El libro de Paco Martín es un canto al esplendor del benemérito cosmos musical y un hermoso homenaje a la «Movida», la deflagración del grisú contracultural de los años 80 –música, pintura, literatura, fotografía, teatro, moda, cine, etc., probablemente el periodo de mayor libertad de nuestra reciente historia– que tuvo como epicentro Madrid y se irradió con velocidad lumínica por todo el territorio nacional. Es al tiempo un sentido tributo en recuerdo de tantos músicos, cantantes y artistas protagonistas de aquel movimiento que impulsó a unos cuantos al estrellato convirtiéndolos en leyenda pero estrelló a otros, que fueron a parar al purgatorio del olvido.

La segunda edición

Precisamente ha sido bautizado «Ráfagas» en honor al tema de uno de los grupos desaparecidos prematuramente, Los Bólidos (1982) –yo añadiría que también a la canción homónima de uno de los consagrados, Los Secretos (1982)–. Está certeramente prologado por el profesor universitario Javier Astudillo y por Adrián Vogel, ejecutivo de la industria discográfica, y editado por Círculo Rojo, que lo ha encuadernado en rústica con solapas e ilustrado las cubiertas con una bella estampa del edificio Carrión de la Gran Vía y un retrato del autor, obras de los geniales artistas Kiko Feria y Álvaro Ussía.

La segunda edición está a la venta y consta de 444 páginas con 170 fotografías en blanco y negro arracimadas en un álbum de 110 páginas distribuidas en tres bloques intercalados entre los pliegos del texto, parcelado por el autor en catorce capítulos más el de agradecimientos, cada uno numerado y titulado «Radio Movida. Emitiendo en directo», en referencia a programas musicales y a sus presentadores.

El único pero que le pongo a la edición es un puñado de pejigueras escoradas cuya corrección formal es competencia del editor, pero en eso solo nos fijamos los empecinados en la pulcritud ortográfica y es un mal menor comparado con la avalancha de vivencias y recuerdos que a modo de aluvión vuelca el autor sobre el lector tras vaciarse por completo de emociones y miasmas.

Después de concluir su lectura no puedo decir otra cosa más cursi, corriente y altisonante: me ha encantado. Me ha gustado muchísimo y además he hecho un par de experimentos. El primero, escuchar canciones que señala el texto a medida que lo leía. Así, siguiendo al autor, he rescatado a unos cuantos grupos y solistas que tenía en el olvido e incluso he recuperado temas que en su momento no me encandilaron lo suficiente, o me parecieron directamente una bosta –no todo lo que se creó en tiempos tan notables tenía marchamo de calidad–, pero gracias a los comentarios de Paco Martín ahora me suenan hasta respetables.

Entrevista con el autor

Por otro lado, la obra es un reconstituyente para la memoria que me ha obligado, como segundo experimento, a repasar los acontecimientos importantes de los que fui testigo, la gente del mundillo que conocí y los conciertos, algunos inolvidables, a los que asistí durante la década prodigiosa de los 80, que pasaron a formar parte de mi particular banda sonora. Fueron cerca del centenar solo en Madrid porque la capital registró una efervescencia musical inusitada en esos diez años. Como afirma Paco Martín: «Madrid era entonces la capital mundial de la música». Invito a los lectores del libro a rememorar los conciertos a los que han asistido en su vida. Se sorprenderán.

Del contenido de la obra nos dio buena cuenta el pasado 2 de noviembre mi gran amigo, paisano y compañero de profesión Julio Jesús Tébar en su programa musical de Radio La Roda «Plásticos a 45».

El comandante de esta nave rumbo al planeta del ritmo, joven y al tiempo veterano profesional de la radiodifusión musical española, pues lleva en esto casi desde su estado embrionario –en la cuna su sonajero debió ser un micrófono–, sometió a un interesantísimo interrogatorio al autor y hábilmente le sacó hasta el tuétano porque conocía al personaje, se había leído el libro con fruición, deleite y aprovechamiento y es un gran locutor que destila su trabajo con arte y finura en las retortas y alambiques de la ciencia comunicadora.

Julio Jesús Tébar se encerró en el confesionario de su emisora travestido con la sotana de su magisterio periodístico y a Paco Martín solo le faltó confesar en la entrevista que había sido él y no Chapman el que hace 41 años acribilló a balazos a John Lennon en la puerta de su casa, el edificio Dakota de Nueva York, justo en diciembre de 1980, cuando ya se había destapado la caja de los truenos de la Movida en Madrid (sin que una cosa tenga que ver con la otra, ojo).

Gran promotor de estrellas

«Por sus obras los conoceréis», reza el axioma evangélico para distinguir entre verdaderos y falsos profetas. A Paco Martín le distinguen sus benévolas obras. A mí me parece un hombre sensato y corajudo, un «self made man» forjado en la dura brega, un visionario con instinto que peleó a muerte persiguiendo sus sueños y corazonadas y un profesional del tamaño de un rascacielos que siempre mantuvo erguidos su orgullo, su dignidad y su independencia. Cumple a rajatabla la premisa de mi admirado don Camilo, el Nobel, quien decía que al que no vive con afán se lo lleva la niebla.

Que Paco Martín ha vivido con afán se palpa en la obra y eso me lleva a creer a pies juntillas que es uno de los personajes más relevantes de la industria musical española de los últimos cuarenta años y el alma mater de la Movida, denominación de origen calificada que él mismo promovió a impulsos de su decidida e inquebrantable pasión por la música. Pasión que ha volcado en este cuarto libro –los otros son: «La movida. Historia del pop madrileño» (1981), «El niño que soñaba con ser músico» (2015) y «Calle Alta» (2020)–, en el que cuenta con sinceridad, arrestos y una memoria proboscidea lo que siente, lo que piensa y las experiencias únicas que ha vivido en un entorno tan poco común para el común de los mortales como el excitante mundo de la música moderna.

Para quien no lo sepa, Paco Martín fue productor discográfico y artístico, mánager, cazatalentos y promotor de conciertos y saraos, todo junto y por derecho. Un testigo imprescindible de lo que en la pomada musical aconteció, entre resplandores y sombras tenebrosas, en aquellos años de la Transición en España. A él debemos el lanzamiento al mercado de un centenar y medio de discos de oro de grupos y solistas españoles de relumbrón. Desde su posición como fundador de sellos independientes como MR, Producciones Twins y Pasión Discos, y como director artístico de potentes multinacionales como RCA, BMG-Ariola, Sony y Universal, descubrió y promocionó a artistas que alcanzaron gran notoriedad en los años 80 y 90. Su adimensional aportación a la historia de la música española es difícil de cartografiar e imposible igualar.

Estos inmortales nombres de la canción moldeados en sus manos lo dicen todo: Hombres G, Los Secretos, Pistones, Celtas Cortos, Tam Tam Go!, El Canto del Loco, Danza Invisible, Estopa, Ilegales, Pereza, Los Rebeldes, Extremoduro, Los Rodríguez, Glutamato Ye-Ye, Ska-P, Sabina, Serrat, Antonio Vega, Rosendo, Antonio Flores, Diego El Cigala, José el Francés, Navajita Plateá, Manolo García, Niña Pastori, El Pele, Vicente Amigo, Ana Belén, Lole y Manuel, Andy & Lucas

Escrito a ráfagas

Por tanto, los grandes acontecimientos y los protagonistas de la monumental industria lírica conforman el eje de coordenadas sobre el que se asienta este magnífico e ilustrado libro, que no es una autobiografía al uso aunque se cuente la vida y milagros del autor, sino un compendio de memorias salpicado de sesudas reflexiones, experiencias, opiniones, críticas y nombres propios, escrito de manera intuitiva y sin ruta cronológica, al albur de los recuerdos del autor y con una prosa expresiva, directa y nada alambicada, espartana en recursos narrativos y florilegios literarios.

Paco Martín aporta incontables datos que nos permiten sumergirnos en el fondo del apasionante periodo histórico que en el libro se narra. Y lo hace escribiendo a ráfagas de ametralladora –otra justificación del título–, según regurgita su memoria recuerdos y anécdotas de su mundo, su demonio y su carne para describir, bajo el punto de vista de quien lo vivió desde dentro, los entresijos de la Movida y su afanosa y pertinaz búsqueda personal del talento escrutando el horizonte del panorama musical con la precisión de un sextante y el fino olfato de un jabalí trufero con la única finalidad de sacarlo a la luz y bendecirlo con su talento.

Refleja con todo detalle y en un tono descarnado e intimista, con un adarme poético, su trabajo con los artistas, las canciones llamadas a triunfar y los bodrios en ciernes, la defensa de sus ideas y proyectos, los acontecimientos notables de los que fue protagonista o testigo y lo más sobresaliente de la música española. «Una auténtica enciclopedia de la Movida», en palabras de Julio Jesús Tébar.

Con un mérito añadido que me parece de hazaña de superhéroe de capa y leotardos: empeñarse contra viento y marea en salir al rescate de grupos cuyas carreras sucumbían en caída libre por haber perdido el favor del público… y con sus superpoderes situarlos de nuevo en la órbita de las listas de éxitos.

La industria musical

El autor homologa filias y fobias poniendo a caer de la borrica a quien se lo merece y ensalzando a quien admira. Esto no quiere decir que utilice el libro como rasilla de hueco doble contra colodrillos adversarios. No busca vengarse de nadie usándolo como cabritera de siete muelles para ajustar cuentas femorales. Pienso que se defiende de la venenosa escolopendra de la envidia denunciando a los militantes del rencor.

Alaba a la industria musical, pero al tiempo, con toda contundencia y argumentos de peso porque sabe de lo que habla por su estratégica posición en el escalafón del sector, despelleja a los manifiestamente mejorables directivos de las discográficas y sus sucias maniobras. Habla de ejecutivos mediocres, de grupos y cantantes buenos y malos con los que trabajó –buenos y malos en el aspecto artístico y también en el humano– y del sacrificio que le supuso su relación personal con unos cuantos.

Pero lo hace sin acritud. Igual que acusa de traidores a quienes le tomaron por Julio César en los idus de marzo y cheira en mano trataron de darle matarile calagurritano: «En la vida existe una cosa que no soporto de las personas, la traición. Quien me traicione una vez termina para siempre con mi amistad». Sus afirmaciones son los pensamientos de un hombre cabal, lleno de sentido común y buena intención y con la dosis justa de ironía y un punto inevitable de mala leche. Como guinda emite sus juicios sin atenerse a la autocensura demencial de lo políticamente correcto que impera hoy día y todo lo entontece y distorsiona. Menos mal, eso le da autenticidad y hace que sus testimonios tengan verosimilitud, consistencia y atractivo.

Los grandes músicos

En una honesta justificación de la teoría de los equilibrios, cuenta Paco Martín que hizo un capitalito pero empeñó hasta las cutículas en proyectos ruinosos y tuvo sonados fracasos en el lanzamiento de discos y algún que otro esguince serio que alteró su ya agitada agenda vital. Incluso llegó a hipotecar su casa y su coche para financiar grabaciones en las que tenía puesta toda su fe y acabó perdiéndolos.

Hasta confiesa lo inconfesable: su adición a la droga en aquellos años vitales, una lacra social común en ese ambiente nebuloso de éxitos arrolladores y abrumadores fracasos, que por desgracia tronchó el hálito a infinidad de estrellas que se fueron al inframundo en pleno apogeo de su fulgor artístico: «Fuimos víctimas de una euforia descontrolada (…) Nadie hizo el esfuerzo mínimo necesario para prevenir la tragedia y locura que representó la adicción a las drogas (…) Murieron muchos, demasiados».

Justamente, recuerda Paco Martín en el libro sus relaciones con grandes músicos y cantantes ya desaparecidos, que gozaban de un talento extraordinario, como Enrique Urquijo, Antonio Vega, Antonio Flores o Pau Donés… También menciona a los que admira, que son legión, con los que mantiene amistad, e incluso nombra los que le son indiferentes y le atiza al único «artista inmenso» por el que «siento desprecio (…), que dejó agujeros en mi corazón después de haberme dejado la vida por él y su talento».

Nos habla de tantas curiosidades que solo mentarlas nos llevaría a una tesis doctoral sobre «Ráfagas». Ahí van algunos nombres: los barrios «musicales» como Malasaña, Tetuán o el suyo, Prosperidad: «Siento La Prospe como un barrio de emociones constantes en mi vida. Un sitio maravilloso». Las afamadas tiendas de discos Tony Martin, Discoplay, Disco Express, La Metralleta, Record Runner o Escridiscos. Los programas musicales de moda en televisión y radio, con presentadores tan famosos como Paloma Chamorro, Carlos Tena, Joaquín Luqui, Julio Ruiz, Diego Alfredo Manrique, Jesús Ordovás, Rafael Abitbol, Manolo Fernández, Mariscal Romero, José Luis Uribarri, José Ramón Pardo, Jesús Quintero, Ángel Álvarez… Los locales de conciertos más frecuentados, como El Sol, El Pentagrama, La Vía Láctea, La Cochu, la sala Carolina, Siroco, el teatro Martín, el Colegio Mayor San Juan Evangelista, la Escuela de Ingenieros de Caminos, Susie Q, la sala Morasol, Candela, Marquee, El Jardín y Rock-Ola, estos tres últimos fundados por el propio Paco Martín. «La Vía Láctea –nos dice–, desde su inauguración en 1979, fue un sitio fascinante (…) De Malasaña fue mi sitio favorito hasta que descubrí Susie Q».

Recuerdos que despiertan recuerdos

Todo lo desmenuza el autor desde la humildad y el reconocimiento de haberse desollado en el camino, pero llevando al tiempo la suerte pegada al bullarengue por haber estado en una posición privilegiada en el núcleo de lo que se cocía en el panorama musical en el mejor momento de su historia. Esos recuerdos despiertan a su vez los del lector y, como a cualquiera de la generación que vivió su juventud en el Madrid de los 80, lo que cuenta Paco Martín reaviva la memoria propia, nos convierte en cómplices de sus guiños memorísticos y nos hermana con él, aunque la Movida nos pillara más alejados de los focos candentes que iluminan su singladura vital. De ahí, la emoción que me ha producido la lectura del libro y por eso sé de lo que habla cuando escribe tan apasionadamente de grupos, cantantes, discográficas, locales, conciertos, nombres, etc.

Sé bien de lo que habla Paco Martín por mi prístina, adolescente y fallida creencia en hallar un hueco en el mundillo de la música –vana ilusión–, y por mi adscripción temporal a otra «movida» que en forma de revolución del rock como fue el punk llegó a España en el 77, año en que conocí a un rockero que menciona en el libro llamado Moris y me quedé impactado con la personalidad arrolladora y el ímpetu musical del porteño. O cuando cuenta los ensayos en Tablada 25, donde conocí en el 78 a Alaska, Manolo Campoamor y Kaka de Luxe y aporreaban sus instrumentos gente de bien como Gabinete Caligari y lo harían otros grupos como Radio Futura, Nacha Pop, Pistones, Los Secretos, etc. Sé bien de lo que habla porque en el 79 participé en la dilapidación a huevazos de Ramoncín y brinqué de gusto al ritmo loco de Tequila en el Parque de Atracciones. Y por tener mi campamento aleatoriamente montado en antros como El Penta, La Vía Láctea, Rock-Ola y la sala Clamores.

Pero sobre todo sé de lo que habla Paco Martín por mi amistad desde el 75 con un émulo suyo al que elogia en las páginas del libro, Mario Pacheco, excepcional fotógrafo, productor musical y cazatalentos, ya desaparecido –murió de cáncer en 2010, con 60 años–, renombrado por las fotos que le hizo en 1968 a Jimi Hendrix en el primer festival de la isla de Wight, por el retrato a contraluz de Camarón en la portada de «La leyenda del tiempo», en el 79, por la foto de Pepe Habichuela y Don Cherry en el 83 o las de Morrissey en el 85. Con su discográfica Nuevos Medios, creada con su mujer en el 82, Mario Pacheco construyó puentes sólidos entre artistas de ambos lados del Atlántico, potenció aquí el jazz de importación e inventó el «Nuevo Flamenco» fusionándolo con el pop, lo que nos legó brillantes de muchos quilates como Ray Heredia, Ketama, Pata Negra, Martirio o Kiko Veneno; también Golpes Bajos, La Mode, Semen Up, New Order y los Smiths, entre otros. Como él mismo le confesó un día a Diego A. Manrique: «Éramos la Motown del flamenco».

La mejor obra sobre la Movida

En fin, me dejo ya de diatribas, que se me calienta el teclado analizando la magistral aportación y el disfrute que nos ofrece el libro de Paco Martín a los que somos permeables a la curiosidad, a la música y a la historia. Concluyo pregonando con la impertérrita y feliz voluntad meditabunda de un monje budista y bien alimentado mi respetuoso y fundamentado gozo por la lectura de «Ráfagas», una maravilla de obra que constituye un legado impagable para el mundo de la canción. Como dijo Julio Jesús Tébar, «se ha convertido en la mejor obra jamás escrita sobre la Movida madrileña».

En ella, Paco Martín ha abierto su caja torácica de par en par para ventilarse las entrañas y mostrarnos con verdades como puños que golpean los sentidos que, si bien las pasó canutas –esto ya se dijo–, fue dichoso entonces y lo es ahora contándolo. Esa felicidad agridulce se palpa en estas páginas y nos hace a sus lectores sentir la magia que él vivió, agradecimiento a su sabiduría de druida y un gran afecto hacia su persona.

Es un honor para mí recomendar tan entretenidísima obra a los que aman la música en su amplio espectro y quieran conocer los entresijos de su devenir reciente en nuestro país con la visión caleidoscópica de un melómano vocacional de alta alcurnia como Paco Martín, un hombre íntegro, libre e insobornable que nunca hocicó ante los cantos de sirena de los falsarios y se empecinó contra viento y marea en mejorar los trinos y arpegios del mundo en que vivimos.

Muy útil es su lectura también para los neófitos, los escépticos y los jóvenes que quieran explorar una década fastuosa de creatividad, arte e ingenio de innovadores artistas españoles que forjaron las bases de algo grande e imperecedero como la Movida, que nos marcó a la juventud de los años 80 con el hierro candente de su poesía y a la sociedad de los albores de la democracia con la huella indeleble de la libertad, dejándonos a todos –a Paco Martín el primero– cicatrices de amor muy profundas en el corazón y la memoria.

Primitivo Fajardo