‘El Rock & Roll es la vida’, 25 años de Los Rodeos

Un artículo de Primitivo Fajardo.

Seguramente exista algún aforismo sobre el alborozo que procura la música a los sentidos, ese placer que fomenta el bienestar físico y espabila el químico –el entendimiento de la mente–, pero si no lo hay, habría que inventarlo –ahí lo dejo–. El poeta Paul Verlaine decía en su «Canción de otoño»: «Los largos sollozos de los violines hieren mi corazón de una languidez monótona», y el olfato rastafari de Bob Marley determinó –es posible que inspirado por la botánica– el poder anestésico de esta forma de arte: «Cuando la música te alcanza, no sientes dolor».

Algo así me ha ocurrido tras seis meses con onicofagia por la ansiosa espera, desde que se anunció su lanzamiento, cuando he escuchado por fin la música sanadora del nuevo disco de Los Rodeos, que se me ha desbaratado de un plumazo la pena inherente al periodo navideño que nos recuerda con pertinaz y campanillero empeño la ausencia de quienes arrastró despiadadamente la bruma del tiempo dejándonos resquebrajado el sentimiento y con fracturas en la memoria imposibles de soldar. Las penas con pan y sal musical son menos.

El grupo rockero de La Roda (Albacete) acaba de lanzar al mercado su segundo álbum, bautizado con un título entre poético y filosófico, un viejo y hermoso grito de guerra de sus fundadores que es a la vez un diagnóstico y una verdad empírica del tamaño del meteorito errante que perdió el norte y al estrellarse en este planeta sembró la besana con el cigoto primigenio simiente de nuestros orígenes: «El Rock & Roll es la vida», otro aforismo en sí mismo que define la música como sustancia creadora de pulso vital. (Puestos en modo trascendental, tampoco hubiera estado mal algo a lo Hamlet: «Ser o no ser rockanrolero». He ahí el dilema).

La esencia del rockabilly

Amparados en tan inspirador aserto, los tres componentes de Los Rodeos: Inocencio de Lamo Blázquez, que ejerce en las filas de la formación de contrabajo, bajo eléctrico, voz y coros, Ángel Játiva Arenas, baterista y primera voz, y Marco Antonio Bautista Chumillas, alias Marko Fresco, guitarra, voz y coros, nos dan la vida con esta sugerente propuesta de 13 temas tan potentes como 13 cargas de profundidad. Con ellas nos conmutan patologías por el sano ejercicio en las pistas al ritmo enfebrecido de su animoso rockabilly (acrónimo de rock y hillbilly), esa maravilla de género precursor del rock & roll que en su esencia clásica combinaba los bailables boogie-woogie, swing y twist con un country atemperado, y en la moderna se condimenta a la sazón con suspiros de rhythm and blues, algo de jazz y una pizca de rock duro e incluso punk.

Eso a mi modo de ver, claro está. Por tanto, al igual que la ópera es el compendio de todas las artes escénicas, el rockabilly emerge de la sublimación de distintas disciplinas musicales y cuaja en los años 50 con Carl Perkins, autor del famoso tema «Zapatos de gamuza azul», con Bill Haley y sus Cometas y con el imprescindible Elvis Presley de los inicios, cuando era el «hillbilly cat», antes de coronarse como el gran «rey del rock & roll».

A tan remota y máxima autoridad nos remite el álbum autoeditado de Los Rodeos, que es magnífico en toda su extensión, ya sea valorado en su conjunto o, al modo matemático, en combinaciones, variaciones y permutaciones de 13 canciones tomadas de una en una o de seis en seis más una versión de propina, que es espectacular: «El calor del amor en un bar», de Gabinete Caligari. Lo que me reafirma en que nunca sobra una nueva versión de lo que fuere.

Hasta la portada es atractiva y de impecable diseño a lo «road movie», con la ilustración del joven fotógrafo rodense Matías Rodríguez Farfaglia dulcificada en tonos pastel mostrando a los protagonistas uniformados con su habitual estética retro a lo James Dean a bordo de un clásico deportivo Austin Healey 3000, de la colección de Pepe Abengoza. Completa el fondo del cuadro la pincelada onírica de los molinos de Herencia (Ciudad Real), el noble paisaje manchego delator del carácter quijotesco del grupo.

Los Rodeos, entre los mejores

Desde que en Navidad nos anunció la exclusiva a micrófono abierto y alaridos de entusiasmo el insigne maestro de ceremonias musicales Julio Jesús Tébar en Radio La Roda, no he parado de escuchar el disco en el «espotifai», en bucle y al aguilí –aleatoriamente, dicho en rodense–, eso que los anglosajones y los de aquí levemente afectados de cursilería llaman «randomize».

¡Qué ritmo endiablado, qué contagio de vitalidad…! Sinceramente, dejando afectos personales y territoriales aparte, a mí, que me gusta la geometría –una flor minúscula, una concha marina, un cristal de hielo–, me parece una obra redonda, proporcionada, equilibrada y simétrica. Caleidoscópica. Pura excelencia rockanrolera, potente y elegante. Un latigazo en el bullarengue que nos despega del tedio y del sofá, nos hincha el ánimo, el optimismo y las ganas de lanzarnos a las discotecas para desparasitarnos de tantos sinsabores y fatigas como estamos padeciendo y llevamos anclados a la chepa por los malos tiempos que nos ha tocado vivir.

Se nota que los miembros de la banda están en racha y han aprovechado el lapsus de la nefasta pandemia para currar de lo lindo hasta culminar la meta de este disco. Incluso apostaría la Harley Davidson que no tengo a que ya están urdiendo afrontar la carrera al siguiente álbum. Es lamentable que el rockabilly no goce hoy del favor especial de los promotores españoles, porque esta formación es una apuesta segura y de primera magnitud para cualquier discográfica por la inapelable razón de sus excepcionales músicos, sus aplaudidas canciones y el aforo aullador de sus nutridos conciertos.

Es una de las carismáticas formaciones actuales del panorama de nuestro país que practica un rock & roll diferente, personalista, de influencias mixtas de grupos de los 70 y 80. En la tabla periódica donde reside la clave de la materia musical –emulando a Mendeleiev–, Los Rodeos ocupa un puesto relevante entre los elementos fundamentales del rock & roll y el rockabilly, y se codea en sus directos con artistas de la talla de Gatos Locos, Tennessee, D-56, La Frontera, Los Rebeldes, Loquillo y Trogloditas, Al Dual, Hellbilly Club, Fito y Fitipaldis, Rosendo, Rebel Cats, Los Coyotes, Bulldog, Los Despiadados, 56 Hamburguesas, Tru Desert Trío, General LeeKing Crueles, Rey Lui, Brioles, Crazy Cavan, Lucas y los PatososLauren Jordan o Lobos Negros. Este último descubierto y lanzado en los 80 por la discográfica Nuevos Medios de mi recordado amigo Mario Pacheco.

Los Rodeos me remite a un extraordinario rockero argentino llamado Moris, que este año cumplirá 80 primaveras. Le conocí en el 77 en el concierto que dio en una discoteca del barrio madrileño de Tetuán, al que dedicó las mejores canciones de su carrera. Me quedé impactado por el vaivén del rockabilly atronador del porteño y no paré de zascandilear en la pista hasta que acabó la fiesta. Luego le felicité, hablamos de su música trajinando cervezas, me invitó a sus ensayos en Tablada 25, le aupé al altar de mis devociones y me fui de allí convencido de dos cosas: que era muy pequeño el local para músico tan gigante, y que su enfebrecido ritmo había encadenado el rock & roll a mi ácido desoxirribonucleico y ya no me libraría jamás de tan placentera esclavitud.

Técnica depurada

En esa línea, los ritmos entusiastas de Los Rodeos también nos atrapan con argucias rítmicas y reminiscencias tradicionales que beben de fuentes primarias norteamericanas de los 50 y 60 cuya fama se ha perpetuado y son indispensables para configurar el panorama actual con la influencia clara de su docta herencia. Hablo de pioneros como Gene Vincent, Buddy Holly, Johnny Cash, Sleepy LaBeff, Stray Cats y grandes como Trini López y su «If I had a hammer», que es como el «Si yo tuviera una escoba» de Los Sirex, pero en inglés. También de Crazy Cavan, The Boppers, Johnny Burnette, Robert Gordon, The Cramps, The Gun Club, Top Cats, Matchbox, The Deltas, Fast Domino, Shakin’ Pyramids y tantos otros. Muestrario en el que han destacado sobremanera mis dos rockeras favoritas: Wanda Jackson y Janis Martin.

El nuevo disco, del que Los Rodeos ofrecieron algunos temas como aperitivo en un concierto del Festival de los Sentidos de La Roda en junio de 2021, es un trabajo de categoría, técnicamente incólume e impoluto, sin mácula alguna en su masterización y con el sonido virgen de su instrumentación minimalista: guitarra, contrabajo y batería, perfectamente distinguibles por el oído más rudimentario. Rotundo y visceral está Ángel al mando de la percusión y llevando la voz cantante; los riffs de guitarra eléctrica suenan frenéticos en el diapasón bajo las tensas falangetas de Marko; y los excepcionales acordes del contrabajo, impulsados por el vigor de Inocencio, imprimen a las cuerdas con la técnica del slap un ritmo palpitante que da volumen al conjunto.

Las voces, con sus ecos y reverberaciones, son nítidas y no se pierden entre los instrumentos. Las letras en español, con alguna morcilla en inglés, son tan pegadizas como las ventosas de un pulpo rociadas de Loctite y cuentan historias tan sencillas como divertidas, bañadas de romanticismo e ironía. Temas como «La vieja furgoneta», «Los Romeos», «Doo the boop», «Nadie como tú», «Maestro Moi», «La reja» o «Corazón de piedra», puro rock & roll manchego –para ellos habría que inventar el término «Roda & Roll»–, suenan de maravilla impulsados por el ritmo endiablado de los tres músicos perfectamente sincronizados.

Como ejemplo, el estribillo de «Los Romeos», que cuando se acelera reza así (imagine el lector la música para esta letra): «¡Vaya pedo que llevamos… y no hemos ligado na… Estamos sin un puto duro y encima sin mojar… La playa se hace grande y llena de chicas está!». Es sin duda una letra autobiográfica y sincera con la que muchos nos identificamos, marcada por la resignación que como ligones de playa en Benidorm o Gandía sufríamos cuando el cruel destino nos hurtaba la posibilidad de arrimar cebolleta con las extranjeras, más liberadas que el ganado patrio de mi época. La retranca rodense de sus letras es inherente a la esencia de la raza manchega y ya venía acreditada en su primer LP de 2007, titulado «10 años de amigos, 10 años de Rock & Roll», y en su maqueta de la primera etapa grabada en el 98, muy alejada de su vanguardista sonido actual.

2022, año del 25º aniversario

Los Rodeos nunca han sido pródigos en grabaciones propias en estudio con fines comerciales, pero siempre se han entregado altruistamente a participar en trabajos discográficos recopilatorios (destacando un importante homenaje a Carl Perkins). Eso sí, han sido profetas en su tierra ganando en una ocasión el concurso nacional de música «Rock and Roda». En este cuarto de siglo de actividad, y desde su local de ensayo bajo la alargada sombra del «Faro de La Mancha» –la torre de la iglesia renacentista de El Salvador (siglo XVI)–, han viajado todo el año como lobos cimarrones acarreando el pesado instrumental para tocar en abigarrados conciertos monográficos en infinidad de ciudades españolas, a veces ejerciendo de ilustres teloneros. En todo lugar y tiempo han dejado en sus bolos su afable impronta rodeña, un repertorio musical amplio y de calidad y un sinnúmero de autógrafos de recuerdo. En definitiva, el pabellón albaceteño bien alto.

De ahí que su nuevo disco, que saldrá en formato CD y luego también en vinilo, esté hecho con verdadero amor a la música, lo que se trasluce en la pasión desbocada de los artistas titulares y la pulcritud y buenas maneras con la que está facturada la edición. Ve la luz en el momento oportuno, elegido para conmemorar en este 2022 los 25 años de existencia del grupo, fundado en 1997 por Inocencio de Lamo y Ángel Játiva, que ya venían desde el 91 haciendo experimentos con gaseosa en grupos efímeros como Pinky Bulls y Rock & Bólidos o Correcaminos.

El último en incorporarse a la tripulación ha sido Marko Fresko, que lleva ya tres años y venía de ser teclista en Números Rojos. Un día le invitaron a probar suerte, le gustó la marcha y se enroló en la aventura. La banda ha mejorado, evolucionado y madurado su sonido a lo largo del tiempo y ha depurado su técnica con la experiencia acumulada, a lo que la llegada de Marko supuso un soplo de aire «fresko» –disculpas pido por el chiste fácil–. Ya se sabe que el aire sopla a veces con fuerza despejando miasmas y aliviando sofocos. El de guitarrista ha sido hasta ahora el comodín variable del grupo, pues antes que Fresko lo ocuparon Enrique Sánchez, Héctor del Pozo y Jesús Martínez. Incluso en algún momento llegaron a fraguar en cuarteto.

El método de laboreo del grupo es básico y el liderazgo proindiviso. Las letras de las canciones las aporta cada cual según su inspiración y los acordes se perpetran entre todos en sesiones de plenitud creativa y se juzgan en contubernio clerical hasta la fumata blanca. Es el grupo más democrático, versátil y espartano que conozco. No hay un líder –«los líderes matan los grupos», afirma Inocencio de Lamo en añeja confesión a Julio Jesús Tébar en su programa «Plásticos a 45»– y se trabaja en cooperativa, todos mancomunados. Los tres tocan, los tres cantan y los tres sonríen a la cámara, al público, a la cerveza, a las chicas y a la vida. Mis admirables monstruos.

Vuelta a los orígenes

Esa vitalidad y el optimismo de los rockeros de mi pueblo me ha devuelto a los viejos tiempos y a las ganas de calzarme otra vez las gafas negras y los charoles de punta fina, los pantalones tubulares y la chupa de cuero y regresar a las discotecas donde sentaba cátedra todas las noches –ojo, sin que la excusa fuera mantener amoríos «con la señora de los lavabos», en palabras de don Camilo José Cela– bailando como un descosido –hasta el empape y la taquicardia– los temas de Jerry Lee Lewis, Little Richard, Eddie Cochran y Chuck Berry; también los de los Rolling, Ted Nugent, ZZ Top o The Clash, que entonces un servidor le daba al rock & roll clásico a pelo, y a pluma al punk rock. ¡Mecachis! Si no fuera por la donación que hice en su tiempo del tupé…

También me ha despertado las ganas de lanzarme al asfalto con la moto como antaño, travestido con la estremecedora fisonomía de Schwarzenegger en «Terminator» –pero en versión enclenque– y atravesarme España de arriba abajo en concentración motera de macarras de película al ritmo loco del perfecto rock & roll «de carretera» de mis adorados Los Rodeos.

Me estremece solo pensarlo y por eso creo, con Oscar Wilde, que la música está muy conectada con la faceta emocional del ser humano. Obvio, no hay que ser un lumbreras para tal conclusión. Mas hay que ser un poeta de categoría para asegurar como él que «la música es el tipo de arte que está más cerca de las lágrimas y la memoria». Así es, mi memoria gime ahora de emoción removida por el nuevo disco de mis paisanos de La Roda.

Independientes y libres

Inocencio de Lamo, Ángel Játiva y Marko Fresco son buena gente, músicos humildes con talento, creatividad y afán de superación, independientes y libres de espórtulas discográficas, que gozan del respeto de todos y han hecho de su vocación por la música y su amor rockanrolero un arte de elevada calidad y sobrada solvencia con el que dar rienda suelta a su pasión y alegrar con buenos momentos la vida del prójimo.

Los Rodeos cumple su primer cuarto de siglo como modesta banda de rock & roll y su fantástico trabajo de tantos años labrado a fuego ha cuajado en su propio becerro de oro, un álbum de rockabilly muy recomendable por sus propiedades terapéuticas, que es una delicia de enfebrecido ritmo y un excelente motivo de celebración y algarabía.

Para mí es una banda muy especial, igual que para ese ser supremo ahíto de conocimientos e inalcanzable magisterio radiofónico que es Julio Jesús Tébar, y lo mismo para los incondicionales de La Roda y los fieles seguidores, amigos y público experto, apasionado y leal que disfruta de sus directos en toda España… La lealtad, según Ortega, es el camino más corto entre dos corazones.

Por eso a los leales nos es muy difícil disimular el rapto de orgullo que sentimos cuando vemos a los tres artistas enganchados a sus instrumentos entregándose a la causa de lograr su mejor actuación dejándose las tripas en la arena. Y reivindicando con una fortaleza mineral, una ilusión adolescente y su música prístina y cantarina, refulgente de brillantina propia, el espíritu hedonista, trascendente y rebelde del iniciático rockabilly, que hoy como ayer nos da la vida.

Saludo con gozo y reverencia la llegada del álbum «El Rock & Roll es la vida» de Los Rodeos y alzo mi copa por su éxito presente y futuro. ¡Feliz año 2022 y larga vida al rock & roll!

 

Primitivo Fajardo

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LOS RODEOS – El Rock & Roll es la vida (2022) (Disco completo)