El apoteósico adiós al «Príncipe de las Tinieblas»

Último concierto de Ozzy Osbourne y Black Sabbath. Por Primitivo Fajardo. 

El sábado 5 de julio de 2025 ha pasado a la historia de la música por el macro concierto titulado «Back to the Beginning» («Regreso a los orígenes»), que dieron en Birmingham (Reino Unido) un selecto ramillete de artistas y grupos como tributo de homenaje y despedida a los pioneros del género, la banda de heavy metal Black Sabbath y su líder y vocalista Ozzy Osbourne, el «Príncipe de las Tinieblas», aquejado a sus 76 años de severos problemas de salud, entre ellos el párkinson, que le fue diagnosticado en 2020.

Al congreso del heavy metal «Back to the Beginning» asistieron unos 40.000 espectadores en directo y más de 5 millones lo vimos a través del streaming de pago. Se calcula una recaudación de 160 millones de euros, que irán destinados a causas benéficas, pues todos los artistas participantes lo hicieron gratis. Es el concierto más multitudinario registrado hasta la fecha en el corto recorrido de internet, un espectáculo que duró 10 horas y ha pasado a los anales de la música con el marchamo de grandioso, inolvidable, histórico, como ya lo fueran el concierto de Woodstock, celebrado en agosto de 1969 en Nueva York, y el concierto Live Aid, en julio de 1985, simultáneamente en Londres y Filadelfia.

Ese día de primeros de julio, el aire del estadio del Aston Villa, cuna de Ozzy Osbourne, Black Sabbath y otras leyendas de la grey musical, se cargó con una electricidad que incendió de orgullo el pecho de los testigos cibernéticos y de los presentes en el campo de fútbol, entre los que se encontraban viejas glorias del periodismo musical español: Vicente «Mariskal» Romero, Juan Pablo Ordúñez «El Pirata» y Mariano Muniesa. No era esta una electricidad fruto de la bruma industrial, sombría y lluviosa de la urbe de antaño, sino el pulso de miles de corazones latiendo al unísono en un adiós vibrante que tomó forma de sacrificio ceremonial.

El Villa Park, santuario del fútbol británico, se transformó en el templo de la historia del heavy metal para despedir a uno de sus más brillantes sacerdotes, un pionero en su forma más pura y primigenia. Fue una noche en la que el tiempo se plegó a sus orígenes, cuando los Sabbath se forjaron como una extensión de Cream o Jimi Hendrix, cuando en Estados Unidos les puso un periodista, de manera sarcástica y despectiva, la etiqueta de «heavy metal» porque eran «más pesados» que la mayoría de las bandas de hard rock de entonces.

«No se entiende que no muriera a los 30 años»

Con la majestuosidad de un rito ancestral, la vieja guardia –Ozzy, Tony Iommi, Geezer Butler y Bill Ward, los cuatro jinetes del apocalipsis– se reunió una vez más para tocar todos juntos –no lo hacían en directo desde 2005–. Fue esta postrera y definitiva cita como un eco de la génesis, de aquel agosto de 1969 cuando cambiaron para siempre el estilo y el sonido de la música rock con acordes y riffs tenebrosos, atmósferas infernales y un sonido asociado a la más profunda oscuridad. En este último encuentro, su presencia escénica, siempre misteriosa, creó una emoción indescriptible, flotando como una densa niebla sobre un público entregado, sumido en una mezcla de gratitud, melancolía y la nostalgia adelantada de saberse testigo del epílogo de una era.

—Un amigo mío muy «ousbourniano» tiene un gato esfinge al que bautizó como Ozzy en honor al líder de Black Sabbath. Lo entiendes cuando ves al gato, la viva representación de Belcebú, o sea, de Ozzy Osbourne –le confesé a mi hermano José Luis, sabedor de la ciencia musical en general y del rock y el heavy metal en particular, disciplinas amparadas por el paraguas de acero que un día forjó el diablo.

—Más que gato, Ozzy ha sido un gran showman, un cantante sin parangón –me respondió mi hermano–. Afligido por mil y un males, lo más flojo que ha tenido en su vida es el párkinson. Leí hace tiempo su biografía, «Ozzy: confieso que he bebido», donde habla de todo lo que ha hecho. Esnifaba hormigas, se bebía su propia orina y era campeón olímpico en consumo de drogas. No se entiende que no muriera a los 30 años. Por cierto, es la biografía más dramática y al mismo tiempo más divertida que he leído nunca.

Volviendo al escenario, el viejo guerrero que ha sobrevivido a todo, incluso a sí mismo, apareció sentado en un trono dramático de cuero negro repujado con forma de murciélago de alas extendidas, icono de su reino oscuro y seguramente símbolo conmovedor de su lucha contra la enfermedad y las aflicciones que lo mantienen postrado. Cuando le llegó el turno de actuar en su propio homenaje, el aguerrido príncipe y señor de las tinieblas se puso al frente de la orquesta del caos y la belleza para cerrar el fascinante concierto de Birmingham. Su voz, perdida ya la ferocidad de antaño, resonó con la autoridad de quien ha caminado por los valles más sombríos, ha visitado el lado tenebroso, ha transitado la muerte en vida… y ha regresado del infierno para contarlo.

El día de la patria metaloide

Previamente a la caída del telón, resonó en el escenario el eco de décadas de riffs monumentales y letras que exploraron los abismos del alma humana rindiendo pleitesía a los arquitectos del metal, a los fundadores de la saga. Las palabras de James Hetfield: «Sin Sabbath, no habría Metallica; gracias por darnos un propósito en la vida», resonaron como un mantra, un testamento a la influencia incalculable y bendita de la banda. Y el escenario vibró con la presencia de titanes a los que Black Sabbath dio inspiración: Mastodon, Rival Sons, Anthrax, Halestorm, Lamb of God, Alice in Chains, Gojira, Pantera, Tool, Slayer, Guns N’ Roses, Metallica, Ozzy Osbourne (como solista) y Black Sabbath, que cerró el concierto con las notas de «War Pigs» y «N.I.B.», con los riff de «Iron Man» y, como broche de oro, los latidos de infarto de «Paranoid». Hubo también «jam sesión», duetos y un espectacular duelo de baterías durante el concierto, repleto de estrellas, un elenco de brillantes músicos que interpretaron los clásicos de Black Sabbath.

Lo del día 5 de julio fue más que un gran concierto; fue una comunión de almas a la que no faltaron grandes padres de la patria metaloide, como Brian May (Queen), parapetado en las gradas, o Ronnie Wood (Stones) y Steven Tyler (Aerosmith), ambos dando la cara y la voz ante el cuajado estadio… Hubo dos momentos álgidos tras las bambalinas, historia viva del rock, cuando dos leyendas como Axel Rose, de Guns N’ Roses, y Ozzy Osbourne se estrecharon la mano por primera vez. «Una locura que nunca nos hubiéramos visto antes», dijo Axel. «A mi edad, ya no conoces a muchas leyendas», dijo Ozzy en tan emotivo cruce de generaciones. El otro momento cumbre íntimo detrás del escenario en este adiós a lo bestia, del que el artista grande fue testigo de honor desde su silla tenebrosa, fue cuando el DJ Sid Wilson, del grupo Slipknot, otro pirado como su suegro, se arrodilló, anillo en mano, para pedirle matrimonio a la hija de Ozzy, Kelly Osbourne, con la que ya tiene un niño. Amor metalero bendecido por el papa de Birmingham en la catedral de Villa Park como apoteosis final del sueño.

Luego se encendieron las candilejas del escenario y fundieron todas las sombras, los gritos de la multitud se mezclaron con los acordes distorsionados y en cada rostro, en cada lágrima caída –todo el estadio lloró con la pena y la alegría de las despedidas–, se leyó la historia de una vida tocada por la música de Black Sabbath. En tan monumental actuación hubo puños y cuernos en alto y ese inconfundible rugido colectivo que sólo el metal sabe provocar y evocar.

Titanes del rock

Cuando las últimas notas de «Paranoid» se desvanecieron en la noche de «Back to the Beginning» y los fuegos artificiales iluminaron el cielo, se alcanzó la metamorfosis. La música de Black Sabbath no muere; se transmuta, se incrusta en la genética de cada banda que empuñe una guitarra con la intención de hacerla bramar, en cada alma que encuentre consuelo en la potencia de sus himnos inmortales.

Ozzy, la estrella del rock, el «Padrino del heavy metal», el «Príncipe de las Tinieblas», el hombre extravagante, corajudo y excesivo, el titán de los titanes del rock, se despidió emocionado con un «No tienen idea de cómo me siento. Gracias desde el fondo de mi corazón». Cerca estaban su mujer, Sharon Osbourne, y varios de sus seis hijos (de dos esposas). Cuando los Sabbath le llevaron a Ozzy una tarta de cumpleaños con su cara pintada en la cobertura, el público reventó el estadio con una tremenda ovación. En ese instante, en esa vulnerabilidad compartida de los recuerdos imborrables, se selló el pacto eterno entre la banda y sus fieles. La oscuridad clarificadora que los Sabbath encendieron en Birmingham hace más de medio siglo y han apagado ahora en el mismo lugar, seguirá resonando con su eco inmortal en el ánimo de cada metalero, por siempre.

La noche del 5 de julio no sólo se despidió del mundanal ruido la banda Black Sabbath y su icónico líder, la leyenda viviente John Michael Osbourne, alias Ozzy, después de seis décadas liderando los cielos del género musical más estridente, oscuro y satánico, el heavy metal, al que él dio el impulso iniciático con su salvaje apostura, sus ojos de pirado y un crucifijo en la boca. No sólo se despidió la banda, digo, sino que con ella nos dijo adiós una era que deja tras de sí un legado de leyenda, trueno y poesía grabado a fuego en la historia de la música rock. ¡Black Sabbath forever!

La muerte de «Iron Man»

Unos días después de la apoteosis del concierto final de Black Sabbath en Birmingham, del último canto del cisne negro con alas de murciélago que era Ozzy Osbourne, que hizo vibrar los cimientos de la tierra, y de haber tejido un servidor de ustedes las líneas anteriores sobre tan extraordinario acontecimiento, el Príncipe de las Tinieblas emprendía su definitivo viaje, no hacia el ocaso del olvido, pues aquí será recordado siempre, sino hacia el orto de un reino perpetuo que no es de este mundo.

Lo hacía convencido de que el multitudinario conjuro de despedida de la banda que él fundó había sido el telón que cerraba la función de su existencia terrenal. Le había llegado la hora de trascender, de irse con su música, sus murciélagos y sus benditos desvaríos a otra parte. De irse con ese torrente de voz que desafió al tiempo, con los fieles heraldos voladores de su oscuridad luminosa, con las visiones que forjaron la leyenda, a otra frecuencia, a otra onda, a un plano donde las sombras se funden con la luz y el metal se convierte en la sinfonía eterna del cosmos. Birmingham rindió tributo a su hijo más escandaloso y se rindió ante su leyenda.

«Iron Man» apagó definitivamente su voz, grabada a fuego en el alma de millones de rockeros, el martes 22 de julio de 2025. Ni siquiera la intervención de una ambulancia aérea pudo salvarle la vida, trastocada por múltiples dolencias. Y el cortejo fúnebre, policía motorizada de escolta, banda local de música y un Jaguar fúnebre con su nombre en flores moradas, paseó su cadáver el miércoles 30 por las vías principales de Birmingham, en loor de multitudes, baño de masas de un monarca, para que todos los seguidores pudieran despedirse de su sagrada figura.

La comitiva recorrió Broad Street hasta el puente de «Black Sabbath», donde la familia, su mujer Sharon, sus hijos Aimee, Kelly, Jack y Louis y varios nietos, le rindieron homenaje ante miles de fieles allí congregados. No hubo discursos, tan sólo lágrimas, gestos y silencio, un silencio roto por los aplausos del público. Y flores, muchas flores de los fans del artista arracimadas en torno a las fotos de los cuatro componentes de la banda.

Siguiendo los deseos de Ozzy, fue enterrado en la quietud sagrada de la campiña inglesa, en la más estricta intimidad, en los jardines de su mansión de 101 hectáreas en Buckinghamshire (Inglaterra), a orillas del llamado «Lago Osbourne», decorado ese día con un tributo floral que rezaba: «Ozzy Fucking Osbourne». Al sepelio del jueves 31 asistieron sus familiares y algunas estrellas del rock amigos de Osbourne, como Elton John, Marilyn Manson, Rob Zombie, Zakk Wylde, Corey Taylor, Robert Trujillo y James Hetfield, además de sus compañeros de Black Sabbath, reafirmando los profundos lazos forjados durante décadas de historia compartida. El cantante británico Yungblud (Dominic Harrison), amigo del matrimonio Osbourne desde su aparición en el vídeo musical «The Funeral», de 2022, leyó unas palabras durante la ceremonia.

Adiós al gran Ozzy, ese ser irrepetible cuyo espíritu, libre de las cadenas de la carne mortal, seguirá con nosotros sonando en discos y vídeos. Su marcha nos deja en la conciencia y en la memoria de quienes admiramos al hombre, al artista, al mito, el eco perpetuo de la rebeldía y grandeza del Príncipe de las Tinieblas.

Primitivo Fajardo