Ha muerto Walter Scott, vocalista de los Whispers

Recuerdos del teatro Apollo de Nueva York. Por Primitivo Fajardo.

He sentido un duro mazazo en el esternón al enterarme de la muerte del legendario Walter Scott, ocurrida el pasado 26 de junio, a tres meses de cumplir 82 años. Pocos de entre mis amigos de esta red sabrán quien es Walter Scott, el cantante de The Whispers (Los Susurros), uno de los grandes grupos vocales de todos los tiempos, que para mí era además un genio al que admiraba desde siempre. Desde que en mis años jóvenes, a finales de los 70, triunfó en las discotecas su primer gran éxito: «And the Beat Goes On», de 1979, que él mismo compuso y yo pinchaba a comienzos de los años 80 en los pubs Pirámide, Scarabeo y Espronceda, que fueron montando y desmontando sucesivamente mis amigos Carlos y Miguel en las zonas de Gran Vía, Malasaña y Nuevos Ministerios.

Al bailable And the Beat Goes On le siguieron otros grandes éxitos, en especial Rock Steady, de 1987, tema que contó con la infalible producción de Babyface. De su estreno mundial tuve el privilegio de ser testigo casual por estar en Nueva York cuando los Whispers aterrizaron para presentar Just Gets Better with Time, del sello discográfico Solar, el décimo sexto álbum de estudio de este quinteto vocal extremadamente flexible y sensible, tan hábiles cantando temas rítmicos y enérgicos para las discotecas como baladas lentas y enamoradizas, con suaves voces de fondo y toques armónicos de jazz y blues, ideales para crear un ambiente mágico propicio para arrimar cebolleta en las pistas.

Lo he contado alguna vez, yo era feligrés de la banda, pero mi comunión a la religión de los Whispers llegó cuando los vi actuar en el viejo teatro Apollo de Harlem, en noviembre de 1987, y me quedé impresionado de su excepcional puesta en escena, del carisma de los cantantes, de lo bien que sonaban en directo, de cómo se movían en el escenario, del impacto causado en el público y de su extraordinario repertorio de canciones movidas y lentos sentimentales del nuevo álbum mezclados con clásicos de la banda… Para mí, el concierto fue apoteósico.

El espectáculo del teatro Apollo

El ambiente que crearon en el vetusto Apollo, cuna de las más grandes estrellas de la música pop y rock, tuvo un enorme atractivo, con el patio de butacas –ahí estaba yo, en el centro, para no perderme nada–, el anfiteatro y el gallinero desbordados, y toda la gente feliz, jóvenes atildados y viejos ataviados de gala, muchos de ellos trajeados y con sombreros vaqueros –parecía aquello el far west–, o con ternos mil rayas de mafiosos salidos de El Padrino, y ellas con sus vestidos de fiesta, sus abrigos de pieles –nevaba en Nueva York, el frío era notable– y exhalando potentes perfumes. Todos bailando al ritmo marcado por los Whispers, cada uno en su butaca y muchos en los pasillos para dar rienda suelta a sus ganas de mover el cuerpo al ritmo frenético del funky. Me quedé estupefacto al comprobar, escaneando con la mirada todos los rincones, antes, durante y después del concierto, que entre los ocupantes de los más de dos mil asientos que debía tener el aforo, seguramente el único blanco era yo –el lector tiene derecho a dudar de ello, pero yo sé que es verdad porque tampoco me lo podía creer–.

En la butaca contigua a la mía se aposentaba una negra espectacular, una maciza grandullona y guapísima que cuando se ponía de pie para bailar lucía un vestido corto y entallado que era como una segunda piel de fino neopreno tintado de filigranas y encajes de color. ¡Qué muslos tenía la pájara! Cuando llegó el descanso y la ovación del público hizo que se encendieran las candilejas del teatro, la muchacha se levantó, se giro al lado opuesto y me puso el bullarengue en la cara, se giró hacia mí y me tiró su abrigo de zorro encima ­–sin decir palabra pero como diciendo: ¡vigílamelo!– y se fue a mear, supongo. El perfume del abrigo era tan potente que me tumbó como el cloroformo. Cuando regresó, me levantó el castigo –cosa que agradecí porque el pellejo pesaba y me estaba cociendo–, me miró con displicencia, esbozó una sonrisa forzada y ni me dio las gracias. Colocó la prenda en su asiento y cuando los Whispers reventaron de nuevo al escenario, ella empezó a mover su cuerpo de pecado, pivotándole las bufas al ritmo disco de la canción.

Moraleja: me enganché de por vida a los Whispers. No he disfrutado tanto en un concierto –he asistido a unos cuantos–, ni he pasado tanta zozobra antes del mismo. La zozobra viene de la naturaleza del barrio donde se ubicaba –y ahí sigue– el Apollo. Por aquel entonces Harlem, tanto la parte latina como la negra, era un barrio carcomido por la droga y la delincuencia, con una elevada tasa de criminalidad –el alcalde Rudy Giuliani lo pacificaría años después–, y yo fui al concierto de noche, en metro y solo, sin ningún temor pero muy atento a cualquier movida. No es que fuera un gallito, es que la atracción gravitatoria de los Whispers era demasiado fuerte para un satélite de poca masa como yo.

De lo mejorcito de la música estadounidense

Además, iba confiado porque conocía más o menos el terreno que pisaba por haberme pateado el barrio completo la semana anterior para hacer fotos y me fascinaba su fisonomía de ciudad bombardeada, con coches y edificios calcinados, grupos de yonquis en las esquinas y gente zumbada que parecía más muerta que viva y circulaba entre gente de lo más normal. Tuve algunos contratiempos, claro, y más de una vez me hice los cien metros lisos a calzón quitado para evitar que me dieran matarile calagurritano y me robaran la Nikon. Sin embargo, esa noche del concierto fue todo sobre ruedas. Antes de escapar del Apollo intenté acercarme a los camerinos para saludar a los artistas, pero fue imposible. La avalancha de gente que tuvo la misma idea me arrastró por el pasillo y acabé en los wáteres y en los sótanos del teatro buscando otra salida.

Cuando aquello se despejó y alcancé la entrada, me quedé observando el paisanaje bajo las luces de neón de la marquesina. Un grupito se puso en marcha calle adelante y decidí seguirlos a prudente distancia. Se metieron en un garito cercano con un nombre de reminiscencias cinematográficas, el Cotton Club. Iban a tomarse unas copas. Era casi medianoche y hacía un frío del diablo. Pensé en entrar también para tomarme un whisky y calentar las tripas y me acerqué a la puerta del local. A punto estaba de entrar cuando apareció en el soportal un negrazo de regulares dimensiones enfundado en un abrigo de paño negro. Era tan oscuro que sólo distinguí sus escleróticas inyectadas en sangre mirándome glacialmente. Me di la vuelta y me encaminé hacia el metro, regresando sano y salvo a mi guarida junto al Empire State.

A partir del concierto en la Gran Manzana he seguido siempre la pista de los Whispers y puedo decir, con la autoridad que me da el haberlos visto en directo y conocerlos a fondo, a ellos y todo su repertorio de temas fascinantes, que son de lo mejorcito que ha parido la música estadounidense desde los años 70 –aunque esto va en gustos, como pasa con los colores–, junto a grupos como los Temptations, los Four Tops, los O’Jays, los Spinners, los Commodores, los Isley Brothers, Harold Melvin & The Blue Notes, Gladys Knight & the Pips y muchos más. Mi hermano José Luis ha sido pieza clave en esta pasión por los Whispers porque se empapó de mi adoración hacia ellos y ha husmeado su pista por el orbe entero hasta conseguir toda la discografía, que tengo en mi poder gracias a sus artimañas de sabueso con pedigrí (véase la siguiente foto, con un antiguo archivador blindado de uso exclusivo para proteger un tesoro, un verdadero festín sonoro: la discografía sagrada de los Whispers).

Comienza la banda en el 64, en la bahía de San Francisco

El fallecido Walter Scott, aunque tuviera nombre de explorador polar, no era sino uno de los artistas con la voz más refinada, pulcra y conmovedora de la historia de la música moderna, junto a su inseparable hermano gemelo Wallace Scott –otro nombre de reminiscencias geográficas–. Además, Walter y Wallace –más conocido por el apelativo de «Scotty»– eran como padres para mí, pues han estado a mi lado desde que era joven. Ambos fundaron como vocalistas principales la banda de soul, R&B y funky The Whispers, en Watts, Los Ángeles (California), en 1963, a la que se unieron los aspirantes a artistas Gordy Harmon, Marcus Hutson y Nicholas Caldwell.

Walter y Wallace habían nacido en Fort Worth (Texas), el 23 de septiembre de 1943, y se trasladaron a Los Ángeles en 1959, donde los hermanos comenzaron a cantar mientras estudiaban el bachillerato en el instituto Jordan High School. Después formarían The Whispers, un grupo que ayudó a definir el soul y el R&B a partir de mediados de los 60 y se convertiría en uno de los más duraderos de la historia –cumplieron en 2024 nada menos que seis décadas de meteórica y brillante carrera–. De hecho, hasta ahora mismo, que han parado por la muerte de Walter, seguían activos y cumpliendo con sus compromisos, aunque el enfermo, por obvias razones, no había actuado con el grupo en los conciertos de los últimos meses. En 2023, encabezaron el Festival Taste of Soul Family, llevando su sonido clásico a nuevas generaciones de fans.

The Whispers comenzaron su andadura musical en el 64 actuando en antros de blues y jazz de la bahía de San Francisco, donde adquirieron una excelente reputación en el mundo del espectáculo. En el 67, Walter Scott fue reclutado para servir en la Guerra de Vietnam durante dieciocho meses. Regresó vivo en el 69, y cuando se licenció, se reincorporó a la formación. Dos años más tarde, en el 71, Gordy Harmon se destrozó la laringe en un accidente de tráfico, por lo que dejó el grupo y fue reemplazado por Leaveil Degree, que provenía de los Friends of Distinction.

De quinteto a terceto, éxito durante 60 años

Con esta formación, los Whispers se consolidaron rápidamente con un estilo inconfundible fundamentado en fusionar soul, jazz, blues, pop, disco y funky con tan peculiar talento que llegaron a crear baladas inolvidables y ritmos pegajosos que han hecho mover las canillas al prójimo hasta empapar de sudor el parqué de las pistas de baile en las discotecas de medio mundo. Alcanzaron un éxito tremendo a finales de los 70 y en los 80, logrando estar en lo más alto de las listas en innumerables ocasiones. La prueba es que mucho de lo que grabaron en la década que va de 1981 al 91 fue oro o platino. Incluso sus discos de canciones funky navideñas obtuvieron relumbres de un público fiel e incondicional. Los Whispers, durante estos 60 años, han mantenido su esencia y han logrado cautivar a millones de fans, algunos tan furibundos y frikis como el que suscribe este relato.

El quinteto californiano pasó a ser cuarteto cuando en el año 2000 murió Marcus Hutson de una insuficiencia cardíaca, tras un cáncer de próstata declarado en el 92. Cuando falleció, sus compañeros prometieron no reemplazarle nunca y mantener su legado vivo. Así que siguieron cantando como cuarteto. Y lo mismo hicieron al fallecer en su casa de San Francisco el gran Nicholas Caldwell, en enero de 2016, a la edad de 71 años, también a causa de una insuficiencia cardíaca. Era un grandullón simpático y bonachón que estaba tocado de la patata desde hacía tiempo porque en los últimos conciertos siempre aparecía apoyado o sentado y no participaba en las graciosas coreografías del grupo. El cuarteto se quedó en terceto, pero conservando todo su ímpetu porque siempre han estado respaldados por una potente orquesta de músicos y coristas excepcionales que les han acompañado en sus giras por el mundo.

Lamentablemente, lo digo con gran tristeza, nunca recalaron en España y, sinceramente, muchas veces pensé en haberme metido en el lío de buscar financiación para traerlos aquí, donde iban a triunfar y a hacernos felices con su extraordinaria propuesta, porque son espectaculares. Mil veces lo soñé y una hice el intento, cuando tirábamos con pólvora del rey, hace veinte años, que me puse en contacto con ellos por correo y mantuve hilo directo con su secretaria. Después de darle muchas vueltas, al final resultó mucho arroz para tan poco pollo, muy complejo para mí, que no estaba metido en el ambiente musical, montar un tinglado rentable y que a ellos les mereciera la pena. Eso sí, como les mandé el relato de mi testimonio en el concierto del Apollo del 87, el propio Walter me invitó por carta a asistir a cualquiera de los conciertos que iban a dar en 2005 en unas cuantas ciudades de Estados Unidos.

Numerosos álbumes y premios

La música de los Whispers es una gozada que ha sido sampleada en centenares de ocasiones y aparecido en más de 600 compilaciones y en varias películas. Su prolífica producción se concreta en 25 álbumes y 13 recopilatorios, 7 de ellos fueron oro y 2 platino, a los que hay que sumar nada menos que 80 sencillos editados, de los que 46 fueron hits en la lista Billboard Hot 100 y 33 estuvieron en el Top Ten de las demás listas de éxitos. Aparte queda el maravilloso álbum de duetos que se marcaron mano a mano los hermanos Walter y Scotty, editándolo por su cuenta en el 93, titulado My Brother’s KeeperEl guardián de mi hermano»), que viene a decir el cuidador de mi hermano, o el responsable de mi hermano, un título que muestra el cariño y la admiración mutua que ambos se profesaban, pues no se despegaron en toda su vida. Hasta hoy.

En 2022, el grupo comenzó a regrabar su catálogo musical para recordarnos por qué siguen siendo leyendas vivas de la música, lo que se demuestra en que a lo largo de su carrera los Whispers han sido nominados a premios importantes como los American Black Music Award, los Soul Train y los Grammy, y reconocidos con una quincena de galardones, como el premio Leyendas vivas de la Academia de la música negra de América, el de la ciudad de Los Ángeles, el de la ciudad de Atlanta, el del Rhythm and Blues Foundation y el Doctorado Honoris Causa en Humanidades por el Instituto Bíblico de Houston (Texas). Fueron incluidos en el Salón de la Fama de los Grupos Vocales, en el del Soul, en el del R&B y en el del Blues de la Bahía de San Francisco. Y en 2022, les concedieron el Premio Presidencial Joseph Biden por su labor humanitaria y comunitaria en áreas de la educación infantil, detección precoz del cáncer, violencia doméstica, trata de personas y justicia social.

«Los temas de los Whispers han inspirado cambios sociales y promovido la bonhomía entre la gente. La banda de los Susurros, uno de los grupos más célebres de todos los tiempos, ha cumplido seis décadas en las que no ha parado de conquistar corazones y listas de éxitos, y sigue actuando en grandes conciertos, fiestas privadas y actos culturales». Esto lo dije en una reciente edición de Plásticos a 45, el programa musical que con tanto acierto y éxito dirige mi buen amigo Julio Jesús Tébar en Radio La Roda, donde coordino la sección titulada: «¡Todos a la pista!».

De aquí a la eternidad

Un maldito cáncer de estómago, después de haber recibido quimioterapia y otros tratamientos durante el último año, se ha llevado a Walter Scott con los pies por delante en un hospital de Oakland (California), donde fue despedido por su familia, su mujer Jan, dos hijos, tres nietos y su hermano Wallace. Muchos amigos y artistas del fallecido, con quien compartieron escenario y recuerdos inolvidables, han comunicado en las redes la triste noticia del fallecimiento de una verdadera superestrella y han resaltado lo mucho que para ellos significó su talento y su amistad.

No sabemos si a partir de ahora Scotty y Leaveil Degree seguirán como dúo bajo el paraguas protector de los Whispers. Ojalá, porque su música no puede, no debe parar. Es uno de los grupos más veteranos y célebres de la historia, que ha dejado una huella imborrable en el mundo de la canción y se convirtió hace cuarenta años en la principal banda sonora de mi vida, en uno de mis grupos favoritos de soul y funky, que ahora se ha visto capitidisminuido por la pérdida irreparable de uno de sus principales baluartes, Walter Scott. La música de los Whispers vibrará siempre en las pistas porque lleva impresa una marca inmortal: su atractivo rítmico nunca pasa de moda y la belleza de sus románticas baladas las hace eternas.

Descansa en paz, querido Walter Scott, y gracias por bendecir este incomprensible mundo con tu hermosa voz y tu sensibilidad poética. Tu recuerdo y tu música vivirán para siempre en nosotros. Ora pro nobis.

Primitivo Fajardo