¡Vivimos tiempos de Rock!

Un artículo de Primitivo Fajardo.

El otro día asistí a la exposición «¡Tiempos de rock!», que estará abierta hasta el 4 de junio en horario vespertino, de 16 h a 21 h, de lunes a domingo, en la sede de la Sociedad General de Autores y Editores, la SGAE, sita en el madrileño Palacio Longoria, joya inigualable de la arquitectura modernista. La muestra, a juzgar por la masiva asistencia de público, está teniendo un éxito sobresaliente y nada sorprende que sea precisamente la entidad protectora de los derechos de autor la que lleve a cabo un gran tributo a quienes auspicia.

En ello se han empeñado los responsables de su organización, la sin par Mari Luz González, directora del archivo de la SGAE, que me abrió las puertas de la casa, el comisario de la muestra Fernando Galicia Poblet, del departamento de análisis musical de la SGAE, Juan Antonio Olías Pablo, de la misma oficina, Maribel Sausor Cortés, coordinadora de actividades complementarias y también comisaria de la exposición, y el resto del equipo que se ha entregado en cuerpo y alma durante casi un año para ofrecer al público interesado lo mejor del rock y el heavy metal y las han debido pasar de chupa pan y moja para cuadrar algo tan complicado y coordinar el material de tantos artistas como han participado.

El resultado, en consecuencia, no podía ser más satisfactorio, verdaderamente interesante y muy atractivo. Hay que felicitarles con entusiasmo por su arduo trabajo, pero además por la genial idea de organizar la muestra considerando que debían ser los grupos de hogaño los que decidieran la exposición con sus ídolos de antaño, es decir, bandas actuales que han señalado para estar presentes en la exposición a quienes les influyeron con su obra en los inicios y les dieron inspiración y fuerza para seguir ese camino de libertad sin retorno hacia la inmortalidad que el rock simboliza.

Por ello, la exposición se subtitula: «Nuestro rock del siglo XX visto por las bandas de rock del siglo XXI». Estos últimos son una veintena de bandas que imparten su doctrina rockera en la actualidad, a saber: Alien Rockin’ Explosion, Ángelus Apátrida, Bala, Celtian, Crisix, Derby Motoreta’s Burrito Kachimba, Dry River, The Electric Alley, Dünedain, Jolly Joker, Jorge Salán, Leo Jiménez, Lándevir, Manzanares River Blues, Megara, Rat-Zinger, Toundra, Vhäldemar, Whisky Caraván y Los Zigarros.

Elegidos para la gloria

Y los elegidos del siglo XX son otros tantos, lo mejor de lo mejor de la canalla melenuda de los años 70 y 80, cuando la efervescencia del rock marcaba la vida española y muchas canciones se convertían en himnos de juventud: Parálisis Permanente, Mägo de Oz, RIP, Héroes del Silencio, Los Rodríguez, MClan, Sangre Azul, Platero y Tú, Sociedad Alkohólika, Extremoduro, Saratoga, Miguel Ríos, Medina Azahara, Obús, Barón Rojo, Barricada, Leño, Asfalto, Smash, Siniestro Total y Triana.

A quien le pique la curiosidad por saber quién ha apostado por quién, lo mejor es que visite la sede de la Sgae. Tampoco se lo voy a poner fácil. Para muestra, dos botones: Jorge Salán ha traído a Miguel Ríos y Dry River a Asfalto, banda que por desgracia acaba de expirar después de 50 años de carrera y su estertor tuvo lugar el pasado sábado, 13 de mayo, en un postrero y espectacular concierto de despedida en la sala madrileña La Riviera.

¿Quién en su sana juventud, allá mediados los años 70, cuando se disparó este movimiento cultural, no tenía alguna o a unas cuantas bandas como héroes de cabecera y asistió a los conciertos que por todas partes proliferaron con los nuevos horizontes sociales y políticos surgidos tras la muerte de Franco? Yo me chupé unos cuantos a finales de los 70 y en los incipientes 80, en la sala Canciller, en Rock-Ola, Morasol, Pirandello, La Riviera, el Parque de Atracciones, el pabellón del Real Madrid, en estadios como el campo del Gas, el Moscardó, el Rayo Vallecano, el Manzanares

Guardo memoria de haber visto a artistas dispares, desde Ramoncín y Miguel Ríos, pasando por Parálisis Permanente, Triana, Obús, Asfalto, Barón Rojo, Leño, Coz, Ñu, Barricada, Siniestro Total… hasta Medina Azahara, que dieron un concierto en el año 82 en el pub Ainoa de mi pueblo, La Roda, en el que mi primo Julián y yo nos volvimos tarumbas con su música. ¡Qué prodigio, qué talento, qué maravilla! Son muchas las bandas sonoras rockeras que nos decoran los últimos cincuenta años.

Exposición de lujo

Tuve la fortuna de que las bondades de este peculiar, heterogéneo y emocional fresco me fueran reveladas por un cicerone de lujo, el comisario de la exposición Fernando Galicia, Doctor en Historia y Ciencias de la Música (Musicología) por la Universidad Complutense de Madrid, profesor superior de guitarra por el Real Conservatorio Superior de Música de Madrid y responsable del departamento de análisis musical de la SGAE. Además, crítico especializado en heavy metal que colabora en revistas como «Rock Star», «Red Hard N’Heavy» o «Empire Magazine».

Galicia es autor del libro «Inoxidable», un grueso volumen de 600 páginas que resume su tesis doctoral sobre la historia del heavy metal en España, desde 1978 a 1985. Y para redondear el pastel de su erudición musical le pone la guinda de la práctica: es guitarrista de la banda de rock «Manzanares River Blues», uno de los grupos que participa en la exposición apadrinando a Leño.

Bajo su diestro amparo doctrinal y su natural simpatía recorrí el doble y anchuroso pasillo y aledaños donde se ha ubicado esta exposición de lujo que forma la espléndida colección, compuesta por paneles informativos, material discográfico, instrumentos y símbolos del mundo del rock pretérito que, más allá de su importancia física como objetos de culto, tienen también gran valor sentimental para los visitantes que, como yo, son rockeros de la antigua escuela, de la vieja guardia, nostálgicos de la época de la Transición, cuando disfrutamos de la revolución del rock naciente. Ha sido abrumadora la avalancha de información y datos preciosos sobre las bandas y el legado prestado por los artistas para su exhibición, material cuya contemplación, para mitómanos y frikis no asalariados, simboliza el mayor y más extraordinario de los gozos.

Inmersión en el mundo de las estrellas

La primera en la frente. No podía ser más satisfactorio el comienzo de mi visita acompañado de tan lujosos anfitriones. Estaba contándole a Juan Antonio Olías que uno de los primeros grandes conciertos a los que asistí, que no olvidaré jamás porque yo era un pipiolo y me resultó fascinante, fue «La noche roja», el 7 de julio de 1978 en el estadio del Moscardó, un conciertazo organizado por Miguel Ríos que duró toda la noche y contó con las actuaciones de Tequila, Guadalquivir, Salvador, Iceberg, Triana y el propio Miguel Ríos. Según le estaba contando esto, giré la vista a la pared y ahí aparecía colgado el cartel del susodicho concierto. Me quedé patidifuso de la impresión. En una de las fotos se halla la imagen de este memorable acontecimiento que tantos recuerdos me trajo.

Lo que más llama la atención al iniciar el recorrido de la exposición es una enorme batería blanca con telarañas pintadas en negro debajo de la escalera principal del palacio, utilizada para grabar el disco y en la gira «Gaia 2» de Mägo de Oz, banda que decora la escalinata con la escenografía del álbum «Bandera Negra». Ahí nos hicimos un «selfi» de recuerdo Fernando Galicia y yo, que me contó que hasta la noche anterior a la inauguración de la muestra, la batería estuvo funcionando en el estudio de grabación de la banda. Luego la desmontaron, se la llevaron de madrugada y la volvieron a montar en la Sgae.

Grandes paneles referencian la historia pormenorizada de las bandas de las que se exhiben sus objetos y están encabezados por la foto del grupo que los ha propuesto. Mediante un código QR, los visitantes pueden escuchar los testimonios de los músicos explicando la influencia en su música y la trayectoria de los artistas seleccionados.

Es un gozo inefable ir descubriendo cada detalle de tanto como se exhibe en paredes y suelos, plagados de innumerables objetos curiosos, entre ellos la indumentaria, pantalones y ropa usada por algunos artistas que delata la estética de moda en la época –tampoco es que haya cambiado mucho–, como la camiseta azul «animal print» con cadenas diseñada por Tino Casal para Obús (Fernando Galicia está en esa foto) y la portada del álbum «El que más» que el poliédrico, talentoso y malogrado artista forjó en estaño para esta mítica banda. 

Guitarras, el icono del metal

La exposición alberga un centenar largo de objetos e imágenes, como la caja de batería que usó Ramiro Penas en Leño; la peluca y los pantalones que Ana Curra y Eduardo Benavente lucieron en la mítica portada del disco «El acto», de Parálisis Permanente; el cartel del concierto que Miguel Ríos ofreció en el londinense Hammersmith Odeon, en 1984; o la silla eléctrica diseñada por Arrizabalaga (escenógrafo de Alex de la Iglesia) para la gira «La historia del blues», de Siniestro Total, nombre que bautizó la banda tras el accidente de tráfico del batería Julián Hernández, que destrozó el coche de sus padres.

La escultura hecha con molde de la mano de Roberto «Robe» Iniesta, de Extremoduro, enganchada al mástil de una de sus guitarras, o su manuscrito con la letra de «Deltoya» y una tarjeta de visita en la que se proclama «Rey de Extremadura». De Barón Rojo, el programa de grabación y la cinta multipista original del álbum «Larga vida al rock & roll» (1980), que dedicaron a John Lennon, asesinado un mes después de la grabación de este disco en los estudios Escorpio para Chapa-Zafiro y el productor «Mariscal» Romero.

Las paredes se hallan salpicadas de fotografías de los grupos en concierto que llevan la firma de mitos de la escena musical como Domingo J. Casas, Claudio Álvarez, Estanis Núñez o Paco Manzano. Encontramos, además, cuadros originales de portadas, logotipos, pósteres, camisetas, carteles y discos de oro, y en las vitrinas todo tipo de «merchandising», programas, «flyers», casetes, papel de fumar, una colección de púas personalizadas, carpetas de vinilos, partituras, letras manuscritas, libros, recuerdos de conciertos en locales míticos, etc. Hasta un teclado curvo de colgar al cuello que utilizaba Medina Azahara y el trofeo «Botón de Oro» de Youtube por el millón de suscriptores alcanzado por Mägo de Oz.

Los amantes de los riffs encontrarán viejas y espectaculares guitarras, como la Hamer de Juanjo Melero, de Sangre Azul; las And Arrow y And Low Bass de la serie Custom hechas en exclusiva para Soziedad Alkohólika, con dibujos de Félix Tattoo; dos Gibson utilizadas por Iñaki Antón en las primeras grabaciones y conciertos de Platero y Tú; la Fender Stratocaster, modelo Eric Clapton, usada por Juan Valdivia, de Héroes del Silencio, para la grabación del disco «Senderos de traición» y que después rescató como guitarra única en la gira de despedida del grupo, en 2007; la primera guitarra eléctrica de Julio Castejón, de Asfalto, y la Telecaster modelo Thinline utilizada por él en el álbum «El color de lo invisible»; la Gibson L5 Custom usada en 1979 por Armando y Carlos de Castro, y la Gibson Les Paul Gold Top, edición 30º aniversario, de Barón Rojo; la BC Rich utilizada por Paco Laguna y la acústica de Fortu Sánchez, ambos de Obús.

El inabarcable universo del rock

Sinceramente, podría plasmar aquí mil detalles sobre esta maravilla, pero tampoco quiero desbaratar la ilusión de quienes se quieran acercar a ver la exposición y llevarse las sorpresas que yo me he llevado. Con esta prolija descripción sólo pretendo estimular lo suficiente la curiosidad del lector para animarle a que visite la expo en el espectacular palacio de don Javier González-Longoria, levantado en 1902 por el arquitecto José Grases Riera.

Ha sido un placer conocer de primera mano no sólo la exposición en sí, que es extraordinaria, sino también el testimonio de sus autores y los entresijos de su minuciosa y complicada preparación. La muestra intergeneracional rinde tributo al rock español de las últimas cinco décadas, pero no contempla lo absoluto porque el universo del rock es inabarcable y el espacio expositivo minúsculo, en comparación. Por eso me da la impresión que tras su clausura quedará abierta la puerta a futuras entregas con otros protagonistas que por las circunstancias citadas no han podido estar en esta primigenia iniciativa.

Termino agradeciendo a los miembros de la SGAE su fantástica acogida. También a mi cuñada, la escritora María José Galván Mostazo, cuyo malabarismo social abre hasta las puertas más herrumbrosas, y a mi amigo y también escritor Pedro Pastor Sánchez, que le faltó tiempo para darme el queo: «Hoy pasé por el palacio Longoria (SGAE). Interesante expo sobre rock hispano, recomendable para un melómano como tú». En horas 24 estaba un servidor cumpliendo lo que le contesté: «Mañana mismo embrisco para allá».

Fotografias y texto: PRIMITIVO FAJARDO